viernes, 15 de enero de 2021

Contenido 1: La elocuencia

 

1.1 Elocuencia

La elocuencia según la RAE se define como:

1. f. Facultad de hablar o escribir de modo eficaz para deleitar, conmover o persuadir.

2. f. Eficacia para persuadir o conmover que tienen las palabras, los gestos o ademanes y cualquier otra acción o cosa capaz de dar a entender algo con viveza. La elocuencia de los hechos, de las cifras.

Etimológicamente la palabra Elocuencia deriva del verbo latín: elocuor, que significa hablar claro y distintamente, como decía Quintiliano: “Manifestar nuestros pensamientos con claridad por medio del lenguaje.”


La elocuencia nació en las Repúblicas, porque allí fue necesario persuadir a unos hombres que no se dejaban mandar: allí se conservó siempre estimada, porque en aquella forma de gobierno era el camino de las dignidades y de las riquezas. Éste fue el móvil para que en aquellos estados populares se honrase, no sólo la elocuencia, sino todas las demás profesiones propias para formar oradores, como la política, la jurisprudencia, la moral, la poética, y la filosofía.

Históricamente la elocuencia precedió a la oratoria con la cual solía ser confundida, considerándolas parte de una misma figura, sin embargo, a lo largo de los años se han hecho estudios que han demostrado la diferencia de ambas, pues, la oratoria tiene un sentido más general y retórico, en cambio la elocuencia, no es sólo una elocución pública. La buena elocuencia pide equilibrio y calidad de las palabras; extensión de las cláusulas, sin el exceso, porque hay que saber usar unas veces la espada y otras el puñal. 

Cuando se habla, a parte del mensaje especifico que se quiere comunicar, se está transmitiendo mucho más.  El tono de voz, la imagen personal, los movimientos, el perfume, las manos y sus movimientos. El público va más allá del mensaje verbal estricto y se forma una imagen mental más amplia. Tras una intervención oral de una hora, el público sólo recuerda un 30% del mensaje total y guarda en su mente una imagen global, idealizada, de lo que ha visto y escuchado.

 

¿En qué consiste la elocuencia?

La elocuencia tiene dos propósitos que identifican su condición auténtica: el de convencer y el de conmover. Estas características definen muy bien el objetivo para el cual existe. El hombre elocuente, con su estilo, utiliza el instrumento de su voz fluida para comunicar determinado pensamiento y sembrar ideas en el auditorio congregado para escucharlo. La improvisación de las palabras es espontánea y si acaso súbita o repentina, y brota del caudal de su ilustración para decir lo que siente y lo que se propone. La belleza de la expresión es fruto de una sensibilidad culta y nace del alma.

Se acepta generalmente el criterio de que la elocuencia, sustentada en el lenguaje oral, debe dividirse en diversas tonalidades y propósitos de acuerdo con las circunstancias en las cuales se vaya a ejercer. Los oradores deben escogerse según el escenario que convenga a su condición. Hay oradores de plaza pública, de recinto cerrado, académicos, forenses, religiosos, militares…

En ningún escenario basta que la expresión esté iluminada por faros de moral o de verdad. Es necesario que la tesis y el propósito de exponer el motivo formalicen un mensaje transmitido por una garganta educada para emitir las palabras con un ritmo triunfal. La elocuencia florece entre lo que se expresa —el mensaje—, cómo se lo expresa —la voz— y quién lo escucha —el auditorio—. Estos tres elementos constituyen los pilares del arte de hablar y tienen participación unánime en la creación de la obra de arte tribunicio.

 

Condiciones de la elocuencia

·         ¿Cómo es el país, anímicamente hablando? El comportamiento del orador, en un país volcánico por temperamento, debe estar acorde con el espíritu nervioso de sus gentes. El discurso no debe ser extenso porque se vuelve tedioso, y un auditorio convulsivo puede tornarse pasivo. Cualquier concurrente se fastidiará y se irá. Si no puede retirarse, hablará con el vecino, o es muy posible que termine dormido.

Si el carácter de la nación es frío, como el de los americanos del norte, muy difícil será entusiasmarlos. A esta clase de espectadores no les interesa que la exposición sea larga o corta. Pueden permanecer muchas horas sin escuchar, y las palabras del orador caerán como lluvia.

 

·         La naturaleza de la lengua Si, por ejemplo, la lengua es áspera y rigurosa como la inglesa, a la vez altiva y desdeñosa, el estilo no desempeña papel alguno en el escenario. Se debe buscar el fondo de las cosas. El verbo debe liderar toda la frase, porque así se concentrará más la atención del auditorio. Si la lengua es pomposa y dulce como la italiana, imperarán la musicalidad de los períodos y la cadencia armoniosa de las terminaciones. Si la lengua es la hispanoamericana, será necesario que adjetivos contundentes coronen frases armoniosas para producir un efecto emocional.

 

·         El ambiente político que se respire Se debe considerar un aspecto muy importante: la actualización del tema del discurso según la coyuntura política que se viva. Cada época requiere su propia elocuencia.

 

·         El auditorio La cuarta condición está relacionada con el auditorio. ¿Ante quién se pronuncia el discurso? No es igual el parlamento a la plaza pública. En nada se parece el recinto cerrado al espacio abierto. Ante el pueblo, el gesto, el ademán y la voz han de ser emocionantes y vibrantes y rebosar de calor. La exposición ante una asamblea deberá ser eminentemente de fondo y exhibir la forma adecuada. El volumen del discurso debe adecuarse a la distancia de las paredes para que la voz no retumbe ni rebote. Las tesis

 

La elocuencia y el miedo

El miedo que se siente antes de intervenir y que no suele desaparecer durante toda la trayectoria del discurso es un elemento decisivo en la ejecución del arte oratorio. Carlos A. Loprete, uno de los grandes tratadistas sobre el apasionante tema, escribió:

“El gran enemigo del orador es el temor o miedo. Este paraliza la lengua, seca la boca y la garganta, produce transpiración, engendra movimientos torpes del cuerpo, los brazos y las piernas, traba la articulación y la voz y, lo que es peor, obnubila la mente.

En una palabra, es un fenómeno psíquico paralizante”. Cicerón mismo consideraba muy afortunado al orador que no sintiera erizarse sus cabellos ante el público. Juvenal asemejó la emoción que experimenta quien habla en la tribuna a la de quien pone un pie desnudo sobre un reptil venenoso. Cuando le preguntaron a un grandilocuente y profundo hombre público colombiano, el maestro Darío Echandía Olaya, sobre el miedo que sufren los oradores, respondió, pacientemente, que ciertos personajes no temblaban de miedo, sino de pánico. Pero también, en muchos, el temor se va desvaneciendo en forma paulatina al avanzar en la exposición hasta desaparecer totalmente.

Referencias bibliográficas: Girón Barrios (2008). Elocuencia: el arte de hablar. Postura, ademán, gesto y voz. Desde el Jardín de Freud [n.° 8, Bogotá, 2008] issn: 1657-3986, pp. 99-112. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3773964.pdf

Capmany y de Montpalau, Antonio de (1820). Filosofía de la elocuencia. Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmc542m2

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